Concierto nazi: danza de la muerte

02/03/2015
Publicado por

Batalla campal antifascistas
Iliana Melero

A semejantes títeres del absurdo, bandas neonazis del siglo XXI, les fue otorgado por un particular, un edificio en un bullicioso barrio obrero de Zaragoza. Dicho barrio, Las Fuentes, es de los que más población inmigrante acoge de la ciudad. Los residentes de Las Fuentes, a los inmigrantes les llaman vecinos.

La banda de neonazis constituida en partido político (MSR) celebró la noche del 28de Febrero un concierto de música nazi (¿?¿??). Desde que este comenzó el barrio estuvo alerta: hubo identificaciones y cacheos a jóvenes con aspecto punky desde las 21:00 de la noche. Mientras una cantidad ingente de miembros de los cuerpos de seguridad del Estado escoltaban el edificio de la banda neonazi, los vecinos de la zona intentamos seguir con la cotidianidad de nuestra vida, obviando la chocante escena.
Poco antes de las 00:00 de la noche las sirenas de coches patrulla nos arrancaron de nuestra intimidad, y nos hicieron asomarnos por la ventana. Yo, como una observadora más, de tantos que no se explicaban por qué a la altura de la Historia en la que nos encontramos ocurría esto, observé a cuerpos huir despavoridos en la noche. Tenían miedo. Los vecinos les gritaban repudiándolos. Alcanzamos a ver porrazos de los policías en dichos cuerpos. No paraban de unírseles más refuerzos policiales a los que ya había. Al cabo vino también una ambulancia, que si bien alteraba la oscuridad de la noche con sus luces, no añadía ruido a la algarabía reinante.

El Heraldo nos informa del resultado legal y físico: 13 detenidos y 8 agentes heridos, pero desde las instituciones no se habla del resultado moral de que ese edificio blanco -el color de los cadáveres que albergaba- haya estado tanto tiempo impunemente funcionando. Los poderes municipales han permitido que una banda arcáica y violenta tenga un lugar para organizarse: ha aumentado desde que está abierto el número de palizas propinadas por grupos neonazis. Nadie cree que sea casualidad. Nadie quiere que la fuerza bruta sea un factor a considerar como posible en la cotidianidad de nuestras vidas, que sea algo que quepa en nuestras calles. Nadie quiere ideologías que estén fundamentadas en esa fuerza y en el rechazo al diferente. Nadie, o quizás sólo los nostálgicos en la soledad de sus alcobas, quiere volver al pasado, volver a librar las mismas batallas y abrir las mismas heridas. Primo Levi y muchos otros experimentaron su manifestación más extrema, y desde ese no-lugar nos invita a juzgar «cuánto de nuestro mundo moral normal podría subsistir más allá de la alambrada de púas.»1

La ideología nazi rompe las premisas y el funcionamiento de la “moral normal” porque se fundamenta en violencia y aniquilación de lo que no definan ellos como humano. Eso decía precisamente el despreciable Javier Royo, nazi que pudo asistir ayer felizmente a su concierto, que en el 2013 atestó junto a amigos suyos una brutal paliza a un vagabundo de 35 años, y cuando testificó en su defensa aryugó que “los vagabundos no son personas”.

Tras su paso por los campos Levi, dándole título a su libro se preguntaba “si esto es un hombre…”, y con ello invitaba a reflexionar sobre lo propio de lo humano. Nos invita, sobrecogidos, a sostener más firmemente si cabe a los Derechos Humanos como el límite de lo permitido. Nos invita a aprender de nuestros errores como especie y a no tolerar que la matanza justificada y racionalizada fordistamente vuelva a ocurrir.

Es quizás mucho pedir a escala mundial, a día de hoy grupos armados hacen arte audiovisual con matanzas políticas. Pero al menos en nuestro territorio, en nuestros vecindarios, ¿es pedir demasiado que se respete lo humano? ¿Que se considere a todos los bípedos personas? También a ellos, a los anacrónicos bufones les consideramos personas. Y como tales esperamos que se procesen con el máximo rigor en los tribunales, y que se les eduque a ellos y a su entorno próximo para que las ideas basadas en la aniquilación y en el racismo, desaparezcan.

Parece que los errores pueden enseñarnos algo. Parece que la Humanidad progresa, y basta con recordar para no errar dos veces con lo mismo. Recordar…que cuando despertaba el siglo pasado, el mundo que se dejaba entrever todavía albergaba explotación humana, esclavitud, miseria, discriminación por razas y géneros en territorios que se jactaban de ser los baluartes de la ciencia y la libertad. Dos guerras mundiales y un Estado de Bienestar aparentemente instaurado -sólo para unos pocos-.

A pesar de todas las carreras recorridas (armamentísticas y no armamentísticas), de los vaivenes de la bolsa, de las huelgas y de los sacrificios grupales e individuales, mal que le pese a Fukuyama la Historia sigue inacabada, y hay algo que permanece: allá donde no halla igualdad de fuerzas, «los más fuertes determinan lo posible y los débiles lo aceptan»1, ¿es así? ¿Lo aceptan?

En el campo de batalla hay héroes y soldados anónimos que beben de su carisma para llenarse de valor. Hay amigos y hay enemigos. Y cuando dos rivales se encuentran, se desata la violencia: ambos se deshumanizan y tratan de reducir al otro a una mera cosa. El uno le propina un golpe al otro.

…. Así sabrás
que puedo más que tú, y cualquier otro vacilará
antes de tratarme como igual y levantar la cabeza ante mí.2

Pero los héroes sólo son sacralizados por la mente de sus amigos durante un cierto lapso de tiempo, y si acaso quizás cuando se narren epopeyas sobre sus conquistas. Porque la liza los reduce a cosas, al igual que a los anónimos. La muerte, como decía Jorgue Manrique, los iguala a todos.

Simone Weil en su comentario a la Iliada, la guerra de todas las guerras, al que da en llamar “El poema de la fuerza”, afirma que el verdadero protagonista de esa historia, el verdadero héroe, es precisamente la fuerza. Que es un bien curioso, efímero e inabarcable. «Tan implacablemente como la fuerza aplasta, así implacablemente embriaga a quien la posee o cree poseerla. Nadie la posee realmente. En La Ilíada los hombres no se dividen en vencidos, esclavos, suplicantes por un lado y en vencedores, jefes por el otro; no se encuentra en ella un solo hombre que en algún momento no se vea obligado a inclinarse ante la fuerza. Los soldados, aunque libres y armados, no reciben menos órdenes y ultrajes»3. Así, el que amedrenta al otro, la semana siguiente acaba arrodillado: Aquiles es humillado, y Agamenón termina suplicando entre sollozos.

No somos mucho más ahora. Seguimos luchando. Enfrentados. Algunos apuntan a que ya no es una guerra entre naciones, sino entre poseedores y desposeídos. A veces las batallas son ideológicas -no se establecen solo en torno a factores materiales-, cuando la tensión aumenta tanto en un Estado, que se acaban generando organizaciones anacrónicas a nuestros días, que lo niegan todo excepto a sí mismos y por respetar no respetan ni lo más fundamental y lo que más consenso genera: los Derechos Humanos. Tras dos guerras mundiales y una guerra civil, todavía se levantan los cadáveres esperpénticos y arremeten contra la universalización de los derechos. Nos roban discursos, envenenan las calles. No tienen rostro, nos miran burlonamente desde su balcón con máscaras blancas sin rasgos: ¿cómo puedo pues, llamarles humanos, si en ello, nos dice Levinás, radica la moral?

1 TUCÍDIDES, Historia de la Guerra del Peloponeso, Libro V.
2 HOMERO, Ilíada
3 WEIL, S., La Ilíada o el Poema de la Fuerza

Por la libertad antifascistas detenidos.

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